martes, 25 de marzo de 2008

din


Hoy estoy muy triste. Ocurrió algo desastroso para mí. Así es que retomé la terapia de salir a caminar sin rumbo por el centro de Santiago, pensando que quizás todo el smog de la ciudad me llenaría los pulmones y que el solcito apestoso de marzo como sudadera para mis conflictos. Como siempre que me ataca la pena, pensé: el pelo, fuera. La misma melena que hasta hace unos días me parecía tan chic, tan linda, me horrorizaba cuando miraba mi reflejo en el metro. Así es que partí a comprar tijeras y una tintura; dispuesta a corregir, a borrar, a teñir.
Mi hermana Daniella trabaja en un Jardín Infantil como Educadora, y este jardín queda al frente de esta tiendita donde venden cosas de peluqueros; de hecho, ella misma me dio el dato de las tinturas. Entonces, decidí pasar a verla, quizás para decirle que estaba triste, quizás para sentir algo del calor de la familia y de paso comprar cosas para mi cambio. Le llevé unos pasteles y un jugo, la llamé y me dijo que entrara a conocer a sus alumnos. Me encontré en una sala amplia, de techo muy alto, con unas cuatro mesitas llenas de enanos y enanas de unos tres o cuatro años, que me observaron un buen rato cuando Daniella les dijo: niños, ella es mi hermana Paula. Yo sólo les dije: hola niños, ¿cómo están? Y ellos petrificados. Habrán visto algún parecido, quizás. Habrán pensado: llegó una nueva tía de jeans y zapatillas naranjas, qué haremos. La cosa es que ella llamó a su regalón, Franco, para que me saludara y el niñito me ignoró! Y me reí de eso. Y me levantó el ánimo.
De a poco, los enanos empezaron a ponerse de pie, a moverse, y de pronto, mientras conversaba con las ayudantes de mi hermana, uno de los niños en cámara lenta, le apretó las manos a otro, que andaba con una camisa-babero y él, también en cámara lenta, sacó el medio chillido de su garganta. Todos se conmocionaron, pero en cámara lenta también. Y mi hermana, más rápida que el caos a punto de formarse, lo tomó y lo abrazó, algo le dijo al oido, y el enano se calló. Luego él le estiró la mano que le habían apretado, y ella le dio un beso, con tanta ternura, con tanta entrega, que me emocionó. Lo divertido vino después, cuando se armó una filita improvisada de niños y niñas que querían ganar un beso de la tía. Y ella los besaba a todos, y todos la querían tanto. Algunos se aprovecharon del momento y de paso me abrazaban a la altura de las rodillas, porque hasta ahí no más llegaban. Y yo me sentí más feliz. Y sentí que debía seguir, que no tenía que superarme el dolor. Y repartí también algunos besos, y me reía con Franco, que se acercó a saludarme.
Hace poco me llamó mi hermana, para decirme que había olvidado los pasteles en el refrigerador del Jardín. Y de paso me dijo que Franco no me había querido saludar porque le dio werwensa. Yo la quiero a mi hermana. Es una bella mujer, una mujer excelente. El punto es que a veces peleamos mucho, pero yo creo que es cosa de hermanas. De hermanas regalonas. De hermanas que se pelean en secreto el amor de nuestros papás. Leseras de niñas, pienso yo.
***
(La fotografía fue tomada por mí este verano, en la parcela de papá. Estaba tranquila la Din ese día. Porque hay días que se pone rabiosa, y con la Cata le decimos que es porque come mucha carne. Me gusta su mirada media turnia, sus hoyuelos, y unas pocas pecas. Me gusta su cara risueña que me recuerda la foto del día que hizo su primera comunión, donde se reía con los ojos, y parecía que tenía metido a don sata en el cuerpo, por la cara de mala que le puso al fotógrafo. Te quero Din. Ojalá leas esto.)

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