jueves, 2 de agosto de 2007

la promesa


esta soy yo. en un columpio que había traído el viejito pascuero en una de las tantas navidades felices en la florida. en él jugábamos con mi hermana, pero en esta fotografía estoy sola. atrás el lavadero blanco, futuro receptáculo de cachureos, donde unos años más tarde bebí cloro porque tenía sed. la pelota de colores, no la recuerdo. la lavadora antigua, temible, un hoyo negro estrellado, en el que se podía morir electrocutada con tan solo meter la mano en plena sesión de lavado. luego el caballito de madera en el que me balanceaba por horas y horas en el patio viejo, bajo el parrón.
el ladrillo, la pandereta de la casa pareada. el mismo ladrillo rojo, donde restregué mi rostro llorando en plenos años veinte. la pandereta, que luego se pintó de blanco y se llenó de muebles cuando este pasillo que daba al patio se convirtió en cocina. una cocina moderna. con otra lavadora, moderna también. el ladrillo también se pintó de blanco, pero la cañería continuó a plena vista para conservar el recuerdo de lo que habíamos sido, de dónde veníamos, la transformación a la que había sido sometida la casa vieja. la pequeña ventana daba hacia un baño. por ahí se escuchaban peleas y conversaciones secretas. con la puerta se podían dar unos portazos de película; algo tenía de liviano, sumado a una corriente de viento misteriosa que se armaba en ese lugar. me gustaba cerrarle la puerta a mi hermana daniella cuando discutíamos en la cocina. me gustaba dejarla gritar sola. y cerrarle la puerta. y escuchar los gritos a través de la madera. y arrancar.
como decía, con los años, este pasillo viejo fue una cocina. una cocina grande, con un comedor de diario, con muebles; incluso hubo una máquina de coser lanas, cuando mi mamá tejía chalecos para un colegio de niños adventistas. la cocina era un tránsito. un tránsito hacia el patio que quedó reducido, pero más verde, con árboles que mi papá plantó y llenó de plantas. las mismas que se quemaron cuando mis papás se fueron a vivir al norte. y cuando se fueron a vivir allá, la cocina era lo más limpio de la casa vieja, porque ahí se urdían las fiestas y se llenaba de comensales. ahí también cocinábamos con mi hermana cuando vivimos solas; o cocinábamos con amigos o con nuestra prima cata, que era nuestra visita favorita, nuestra hermanita postiza menor. ahí también mezclábamos licores y otros líquidos para animar las fiestas, para olvidar que estábamos ahí, abandonadas por opción propia; y felices. y empastilladas a más no poder.
este es un recuerdo. un recuerdo que no recuerdo. sólo la fotografía me dice que esa era yo. con esos rulos, el vestido negro con rojo. con el chaleco celeste. con los ojos cerrados.
***
(elegí esta fotografía porque no había otra. me gusta que justo en el click del momento fotográfico haya cerrado los ojos. me gusta que no haya sido una cámara digital, porque o si no, esta foto hubiera sido borrada. me gusta el paso del sol por el ladrillo rojo. deben de haber sido las cuatro de la tarde. a esa hora el sol pegaba ahí. lo recuerdo porque a las seis estaba fijo frente a mi pieza y comenzaba a descender.
y yo me imaginaba que estaba mirando hacia el mar.
la foto es gentileza de mi prima cata, de hecho, ella la escaneó y tituló como
"la promesa".
la cata, una vez, en una de esas tantas noches de juerga, se rió tanto que se tiró de espaldas al suelo de cerámica y no se podía parar de la pura risa.
y con mi hermana tratábamos de levantarla del suelo,
del suelo de la cocina ya modernizada.)

4 comentarios:

Koke Robles dijo...

wow...


verdi

P.R. dijo...

oh, qué lindo, me recordó mi infancia. mi patio era igual de enano. y quedaba sólo un poco más al sur, en puente alto.
nada, requete lindo el escrito.

Koke Robles dijo...

impresionante como una foto provoca emociones, para mí que lo vivi,también. Gracias por los lindos recuerdos.

Mamá

Verónica Cento dijo...

Paula


Inevitablemente, me hiciste ubicar también a mí en mi infancia. Me gustó ese trabajo que hiciste con la foto, tan natural pareciera...

un gusto pasar por acá. Un beso